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La sombra de la sombra por Aída Aguado
Revista Arte y Naturaleza. Noviembre-diciembre 2003. Número 28. Pág.48 a 61.


    Ninguna teoría, ni técnica, ni obra, es capaz de explicar exactamente en qué consiste el misterio de lo oculto. Son las sombras el motor del mundo, de lo que huimos o lo que anhelamos desvelar. Siempre provocando el deseo de adentrarse en ellas y traer de allí el verdadero conocimiento de la realidad de las cosas.

    Desviemos la mirada de la fastuosa presencia brillante y cautivadora de los objetos tangibles, al dibujo de sus contornos en las sombras de una pared: indicio y huella de lo que nunca estuvo. Así nació el dibujo, de la sombra representación de una representación: es el origen de la pintura.

    Ver bien no es captar sólo la parte iluminada de una imagen; necesitamos las sombras para ver la luz. La iluminación es provisional, como la realidad misma, e incierta. Sin embargo la luz, así como la sombra, independientemente de cómo, porqué, y cuándo, tienen un fundamento imperturbable, eterno. Todas las sombras del mundo son una misma cosa en su esencia.

    Situemos la escena en un teatro. Se apagan los focos. Malévich describe el telón: “Representa un cuadrado negro, el embrión de todo lo que se puede generar en la formación de terribles potencias…En la ópera significa el principio de la victoria”[1]. Y ahora, a la sombra de tanto espectáculo, a la sombra quieta del escenario, nos detenemos por un momento a mirar la oscuridad sin forma. La visión rebota con el vacío y, como si de un espejo se tratase, su re-flexión nos devuelve lo que es nuestro: otra clase de sombra, como si fuese una parte de nuestros órganos vitales, que sentimos, que presentimos, pero que no podemos sacar a la luz sin destruirlos. “¿Ha visto usted alguna vez, lector, el color de las tinieblas a la luz de una llama? Están hechas de una materia diferente a la de las tinieblas de la noche en un camino….”[2]

    ¿Cómo es lo que no vemos? ¿Cómo explicar lo visto? ¿Se puede mostrar lo que no se ve?- nos preguntaba Eva Lootz en una conferencia. Lo que no se ve son, como ella los llamaba, los ángulos ciegos de la visión. Lo visible está lleno de pliegues donde se esconde la otra realidad que no se ve. Agujeros negros de la visión y del tiempo. Sólo a través de la percepción se sabe de su existencia. Esa percepción que se encuentra en el rabillo del ojo, por donde nunca podremos enfocar, como la propia sombra que nunca llegamos a esquivar.

    Resulta difícil no recurrir a un lenguaje poético al tratar de explicar lo inexplicable. Y es que a las sombras se las ha relacionado siempre con Señoras palabras: silencio, quietud, vacío, noche, misterio, terror, frío, memoria, sueño, suciedad, cosmos, incertidumbre, soledad, principio, fin, muerte, presencia, ausencia, esencia, indicio, huella, belleza…
La mayor diferencia entre la cultura oriental y la occidental la marca precisamente la interpretación de la sombra. Mientras que para Occidente este concepto ha estado desde tiempos de Platón asociado a la negatividad (luz=conocimiento, sombra=ignorancia), para Oriente la sombra es sinónimo de belleza, paz y esencia.

     En cualquier caso, ha sido y es para muchos un tema de reflexión, fuente de inspiración, estímulo para la imaginación y la intuición, punto de llegada y de partida, territorio equidistante entre el ser y la ausencia, metáfora de la metafísica del alma y de la materia… fuente inagotable.

    Doce artistas han realizado un proyecto de obra gráfica editado por AyN con motivo de la exposición que se celebrará a finales de este año y bajo el mismo título que este escrito: La Sombra de la Sombra. Han resultado un total de veintisiete obras a partir de una propuesta de edición abierta, con la sombra como una única palabra de fondo. Son creadores con unas trayectorias brillantes, unas consolidadas en el tiempo, otras que acaban de asentarse, pero todos ellos mantienen en común la misma pasión y necesidad por la creación y, en gran medida, íntimamente vinculados a la sombra. Propongo a continuación una posible lectura de la temática del proyecto:

La presencia de una ausencia: Laura Lío (Buenos Aires, 1967)

    Tal vez, por la simple percepción de peso de sus esculturas, parece a primera vista que éstas tengan más presencia o sean más reales que los grabados, los cuales se asocian inmediatamente con su doble o reflejo. ¿No serán acaso sus esculturas la forma de alguna sombra? Al final, al ser expuestas, nada importa. Tanto las esculturas como los grabados son objetos hechos de materiales tan frágiles como el alambre, tan leves como el papel, tan transitorios como las mismas sombras proyectadas. En el diálogo de ambas obras –esculturas y grabados- se crea un espacio cíclico, un lugar en el que reposa y se angustia a la vez el cazador de sombras. Es la presencia ineludible de lo que siempre está: las sombras, en constante metamorfosis, de las intenciones y los recuerdos. En su más reciente etapa unifica técnicas de grabado, fotografía y escultura buscando alguna huella que de fe de la existencia de aquel espacio impreciso en donde se gesta la estructura secreta de las cosas. De esa penumbra es de donde parecen emerger aquellas sombras de estructuras vivas que atrapan como jaulas -y que a la vez liberan con su levedad- a la forma de la materia.

Sombras chinescas: Ángeles San José (Madrid, 1961)

    Obra que se sitúa entre la pintura y la fotografía en cuanto a la reflexión y metáfora de la luz y las sombras. Sombras llenas y vacías. Fundamentos orientales en donde el color negro es el representante del no color y la línea el dibujo de su esencia. En donde es crucial la composición de los espacios vacíos, la densidad del negro, el aspecto del papel, el entendimiento del paisaje desde dentro, como si desde la misma sombra mirásemos. La oscuridad se vuelve penumbra. Los leves matices grises van apareciendo a medida que la mirada se va adaptando a la oscuridad. Son destellos metálicos de grafito que irradian luz en la oscuridad, como revelaciones de lo oculto, que proyectan sombras en espacios indefinidos marcando la distancia entre la realidad y los sueños. Esta sombra, o silencio, llenan sus obras de religiosidad y misticismo, cuando todo es nada y cuando nada puede ser todo. Una cámara de gas o una nube. Un paisaje o una caja. Vegetales carbonizados como huellas de lo que fueron, o marañas de gestos matéricos, esbozos de cualquier cosa. La soledad de la oscuridad no es desolación, sino misterio, porque nada es definitivo en la penumbra, y todo puede ocurrir. Es la hora pasajera de la penumbra.

La sombra del cosmos: Blanca Muñoz (Madrid, 1963)

Blanca_munyoz_grupo_local_seriado_ii    Desde sus inicios ha seguido la luz desde la sombra del paisaje; desde el interior de los volcanes, las montañas y el mar. En sus sombras podemos imaginar la profundidad y dimensión del universo, aquellos espacios que no entran en nuestro campo físico de visión. La luz que nos llega de la oscuridad del cielo son luces que se originaron en el pasado y que contienen implícitas las coordenadas del origen y evolución del universo. Sombra mística y astrofísica a la vez. Mirada ancestral al cielo que busca puntos de confluencias de energías: lugares sagrados en los que encontrar el infinito; la eternidad. Mirada bipolar desde el espacio que nos hace sentir el vértigo de los sueños, cuán lejos estamos en el tiempo y la distancia del otro lado de la luz. Hay en las experiencias sensoriales diarias una serie de conexiones que nos transportan a otros tiempos, otros lugares, pero que se mantienen unidas por un hilo conductor invisible; aquel entre nuestro ser, nuestro presente, nuestra muerte y el universo. Su obra trata de esculpir el tiempo (palabras de Francisco Calvo Serraller) mediante líneas de luz que configuran constelaciones y se convierten en hilos de comunicación entre la oscuridad infinita y la sombra. Al viajar a través de la luz nos adelantamos en el tiempo creando un espacio abstracto. El hierro, considerado material cósmico por su composición, le permite un amplio campo de acción por sus múltiples formatos y estructuras, materializando en varillas de acero la mirada hacia el disco solar.

Objetos fotosensibles: Sylvie Bussières (Quebec, 1964)

    Busca en la sombra la esencia irreductible de los objetos. Si los objetos tuviesen alma, ésta residiría en sus sombras. Sería una teoría antiplatónica, en la que el verdadero conocimiento se origina en la sombra, no en la luz, como en el mito de la caverna. La luz es para ella la lupa para encontrarla. Sombras materializadas en fotografías, luz-grafías o dibujos de la luz, porque es la luz la que ha dejado sus huellas en el papel fotosensible. Es el objeto interpuesto entre dos mundos, el de la luz y el de la materia (del papel), el que ha dejado un vacío, un lugar de no acción inalterable. Sus fotogramas no son sombras fotografiadas, sino sombras reales, allí donde no llegó la luz. Pero los objetos cotidianos tienen otra sombra añadida: el sedimento de la huella, el paso del tiempo, la interrelación de dos materiales que se modifican mutuamente en su “suciedad”, como sombras inevitables e involuntarias, pero que hacen ser al ser.

Las sombras ampliadas: Vicenç Viaplana (Granollers, 1955)

    Sin llegar a ser fotografías, no son menos veraces las sombras de Vicenç Viaplana. Captura la sombra mediante el proceso también, al igual que Sylvie, pero su visión fotográfica es sólo eso: una visión, una manera de entender y capturar el tiempo, el instante, de un paisaje imaginario. No es ningún instante determinado, ni ningún sitio concreto. Es justo aquel fotograma oscuro, “…esos que ya no sirven, los desechados por los teócratas de la imagen, (que) le sirven al pintor para ir más allá de lo no dicho.”[3] Son secuencias de sombras. Su proceso es puramente pictórico, en el que va superponiendo capas de veladuras a medida que va despojando de definición la imagen, acercándose así a la esencia de la sombra, hasta el punto de hacerla casi desaparecer en una nebulosa. Crea un espacio ambiguo en el que sombra y luz se confunden en sus límites, y cuanto más nos acercamos más se difuminan éstos. La sombra pintada por Viaplana podría ser la sombra de muchas cosas. Cobra entidad propia. Es una sombra comparable al mar, en su grandeza y en su incertidumbre. Inquieta y calma, sublime y cotidiana. La forma resultante es la orilla cambiante. El mundo de las tinieblas se apodera del artista y del espectador, como en el sueño de la pintura romántica, el mismo de Caspar David Friedrich, Turner o Beethoven, y se revela de nuevo en toda su inmensidad, justo en el límite de la luz, en donde todo lo conocido por los ojos muere, pero en donde comienza la Belleza de lo inconmensurable. “…se cumple el sueño y la pesadilla que los pintores románticos vislumbran en las ruinas: el porvenir de la Belleza es la Muerte, una Muerte que es, en sí misma, Belleza.”[4] Baudelaire criticó la fotografía por lo que de engaño conlleva respecto a la realidad, pero elogió la falsedad de esa impresión como lo más verdadero, puesto que la realidad no existe; no hay una sola realidad, ni un solo tiempo. “Toda representación se produce desplazada, diferida en el tiempo.”[5] Sus sombras son, con palabras de Ángela Molina, “pequeños infinitos, flashes de luz que orillan los perfiles de la naturaleza, de un instante ya desechado.”

La sustancia arrojada: Jordi Alcaraz (Calella, 1963)

    Indaga en la sombra a través del ilusionismo, creando espacios que no existen a simple vista. En cierto modo, toda la historia de la pintura se ha basado en la ilusión de hacernos ver una realidad fragmentada, como si estuviésemos observando a través de una ventana. Cambiar el punto de mira es lo que caracterizó precisamente el inicio del arte moderno: mirar hacia el interior de la ventana. A través de los escasos materiales empleados por Jordi Alcaraz, los espejos y metacrilatos (ilusión de cristales) son suficientes para transportarnos al otro lado de la pintura visible. Vemos la sombra, la otra cara de la pintura, del color, de la luz. El espejo devuelve la sombra a su imagen original. Las ventanas han tenido en la historia una fuerte carga simbólica y religiosa que no han dejado nunca de remitir en el arte: el límite entre el cuerpo y el alma, la vida y la muerte, el conocimiento de la verdad y la ignorancia. La luz y la oscuridad. Con sus espejos, la sombra se convierte en el reflejo del reflejo de ella misma, es decir; en la representación de sí misma. Así que, lejos de ser una exhibición de intimidades de la piel de la pintura, en su desnudez volvemos a encontrar toda la carga poética que encierra la inercia a lo esencial. “La nada espacial se convierte en un lenguaje del espíritu común, abierto a toda creencia sagrada.”(José María Yturralde). La sombra es tratada como un elemento pictórico, como una sustancia arrojada por la luz El color negro, a la luz, materializa lo oculto y contiene toda la gravedad, el silencio y el misterio de un agujero en el espacio, en su caso, en el espacio del cuadro. Lo visible es sólo la materia esparcida, invisible, que se imanta, se condensa y se solidifica. La sombra devuelve a la materia visible el anonimato y las vuelve a dispersar en el abismo. De ese otro lado, de lo oculto, de la exprimidora de lo esencial, es de donde parten todas las intenciones y grandeza de, por qué no decirlo, la belleza de la luz. “La luz pura y la oscuridad son dos vacíos que son la misma cosa.”[6]

Silencio: Enrique Brinkmann (Málaga, 1938)

    Sus últimas obras son en sí representación y acontecimiento de la sombra. Inmerso en la compleja búsqueda de la sencillez de las formas, su obra ha llegado a la sombra de la propia materia utilizada. El proceso de pintar se convierte así en una ceremonia de desposesión, en la que las manchas de color dejan su textura y color en una maya, como si fuese la piel vieja, para convertirse en sombras uniformes en la pared. Reducir lo representado a su más mínima expresión es adentrarse en la inmensidad de un nuevo espacio. Ya lo anunciaba Malévich en 1915, cuando expuso su Cuadrado Negro. Hacia 1840, Philipp Otto Runge definía la naturaleza como una telaraña de símbolos sin descifrar, y sólo a través de un pensamiento matemático abstracto se podría llegar a descifrar, como una partitura para leer música. La música, por aquel entonces, era el arte que más se aproximaba al mundo platónico de las ideas, en donde reside la belleza esencial. “…[el color] posee en sí mismo una movilidad y una calidad natural que se remite a la forma, al igual que el sonido se remite a la palabra; se trata de un mundo que encierra en su interior un milagro de la vida”.[7] Aparecen en sus obras letras y palabras que, como una partitura, recrean lo que no está. Recuerda tanto a la escritura braille que, sin entender sus códigos, intuimos que nos habla de la oscuridad, desde la oscuridad. Algo parecido a “un claro sonido incompleto”, como diría Yturralde. La presencia inmaterial del sonido es un mediador entre la ausencia y la presencia.

Sombras surrealistas: José María Riera i Aragó (Barcelona, 1954)

    Las formas cambian al terminar el día. La sombra diurna marca el tiempo transcurrido; es precisa y concreta, existe en un lugar y en un tiempo determinado y es irrepetible. Nace y muere a cada instante una sombra única. La sombra nocturna, en cambio, escapa del orden natural del tiempo y paraliza el flujo del devenir. Sin embargo, sus sombras provienen de un foco inexistente, de un plano intermedio entre realidad y pensamiento. Hay objetos, o sensaciones, que no tienen importancia que no sean reales. Están hechos de la misma pasta que los sueños. La forma en que Riera “pinta” sombras parece estar cargada de intenciones. Parece querer con ellas anclar los objetos a una realidad espacio-temporal, una realidad llena de objetos imposibles. El horizonte parece simbolizar dos planos de realidad que usan la sombra para comprender mejor los volúmenes de los cuerpos. La proyección de las sombras responde a los mismos principios de la perspectiva; método de ficción desarrollado por Leonardo da Vinci para hacer creíble lo increíble.

La sombra en los pliegues: José Hernández (Tánger, 1944)

    Su sombra parte de la esencia del Barroco, en donde los pliegues y las fracturas nos recuerdan que todo lo frágil está sujeto al desequilibrio. Mediante el claroscuro, como hicieron Leonardo da Vinci, Caravaggio, Velázquez o Rembrandt, se alude a lo tenebroso de las sombras, creando atmósferas inquietantes que encuentran en el diálogo de la luz y la sombra una metáfora con la condición de la miseria y el sufrimiento humano. Cada detalle es esencial. Íntimamente unido a lo dramático, a la teatralidad, donde la luz –y la sombra- define la ambientación y la intención psicológica. La fascinación por las ruinas como sombra del pasado parece tener reminiscencias del paisaje romántico el cual, lejos de evocar sentimientos de melancolía de tiempos perdidos, potencia la belleza del poder destructor y creador de la naturaleza y el tiempo, muy por encima de la genialidad de los hombres. Se convierte en un arqueólogo grabador de sombras.

No es lo mismo: Martí Cormand (Barcelona, 1970)

    Martí, como muchos otros artistas jóvenes de su generación, se cuestiona el uso de las nuevas tecnologías y modos de seriación para aproximarse al entendimiento de la identidad de las cosas. Se replantea por ello la tradición occidental de representación mediante la luz y las sombras, entre un enfoque pictoricista en cuanto a la técnica y fotográfico en cuanto a la captación de un instante y su imposibilidad para eternizar lo vivido. El deseo de llegar a la esencia de las cosas mediante sus sombras es en el fondo el planteamiento más visceral y primigenio del hombre. Ya lo hicieron los hombres de las cavernas dibujando la silueta de sus manos, o los egipcios,  visualizando el alma (Ka) en la sombra de todas sus estatuas. Martí reproduce “la sombra” de lo ausente en la repeticición o seriación de una imagen o acción. Sus obras son la huella de acciones que subrayan el momento vivido.

“Yo estuve aquí”: Carlos León (Ceuta, 1948)

    Carlos León parte de la sensualidad primigenia del gesto. Trazos que desvelan intenciones de lo más recóndito del subconsciente. “La imagen del mundo sumergida en el oscuro aljibe donde se guardan las claves de la existencia.”[8] Encuentra en la sombra la potencia fecundadora de la vida, y como dando a luz, hace emerger de sus entrañas todo el color y la fuerza de la pintura, como relata el mito de Perséfone, que cuenta que fue secuestrada por Hades, el dios de los muertos, para que reinase con él en el mundo subterráneo. La madre de Perséfone, encolerizada, juró que la tierra no volvería a ser fértil mientras su hija no le fuese devuelta. Entonces Zeus ordenó a Hades que liberase a Perséfone y éste le dijo que lo haría a condición de que ella no se llevase nada de su mundo. Sin embargo, Perséfone no pudo evitar coger una granada, de manera que Zeus estipuló que tendría que pasar dos tercios del año con su madre y otro tercio con Hades en el mundo inferior. De este modo, cuando ella regresa, el mundo se llena de flores y fertilidad, mientras que cuando está con Hades las semillas quedan ocultas bajo la tierra. Carlos utiliza este mito como metáfora del proceso creativo como acto de introspección, que da sus frutos a partir de las sombras. La elección de la pintura como proceso entre tantos nuevos medios es una reafirmación de la búsqueda de identidad mediante la interiorización, la vista hacia el propio cuerpo, a sus movimientos y sonidos. El cuerpo y la casa son los temas más recurrentes hoy en día, en esta pérdida y búsqueda de identidad. Son los espacios más próximos donde reflexionar ante tanta velocidad. Lo exterior conlleva a lo interior, y viceversa. Lo táctil, a ciegas, conlleva a lo visible. La problemática en la pintura tradicional de plasmar el color de la carne y la sombra se ha trasladado a nuestros días a un problema no de color, sino de contenido. Ya en 1437 Cennino Cennini abordó en sus tratados de pintura la dificultad técnica de plasmar lo invisible: “Y es ésta una arte que se llama pintura, que requiere fantasía y destreza de mano, hallar cosas no vistas, buscándolas bajo aspectos naturales (sotto l´ombra di naturali), y sujetarlas, de modo que aquello que no es, sea (quello che non è, sia).”[9]

La sombra de la memoria: Juan Alcalde (Madrid, 1918)

    Hablar de las sombras a través del color tiene sentido para Juan Alcalde. Después de toda una vida pintando calles vacías tamizadas de un blanco “irreal”, después de toda una vida intentando capturar todos los lugares recorridos, vividos una y otra vez, después de más de setenta años fascinado por la belleza de la luz y de la vida, se llega a la certeza de que Juan Alcalde es un pintor abstracto. Sólo ahora, después de tantos años pintados, se entiende que toda su obra es una sola obra. Desde la memoria hace una interpretación profunda de su propia vida, del paso del tiempo, de la cosecha de una memoria abonada con el arte. Es al final el acto de pintar la mímesis del acto más totémico y visceral de la naturaleza, que es el permanente crear y destruir a la vez. No busca el resultado de lo ya vivido, sino todo aquello que queda entre recuerdo y recuerdo, lo que no se contó, que se olvidó, pero que sin embargo existió con la misma intensidad. Justamente esta parte de la memoria, la casi olvidada, es la que le obsesiona. Hay recuerdos que insisten en aparecer una y otra vez y no conseguimos descifrar la razón por la que se hacen importantes. Alguna extraña intensidad parece rescatarlos de las sombras de la consciencia. La naturaleza es sabia: nos deja con lo puesto. Con lo esencial. Eso es lo que Juan ha conseguido rescatar plenamente consciente después de una enfermedad (o los estragos) de la edad. Ha encontrado por fin, buscando lo invisible, mediante la figuración, la plena libertad. Perdemos memoria. El vacío se va apoderando de nosotros como la nada. Son las sombras de la memoria: entre lo desconocido, lo imperceptible y el olvido.






[1] Víctor I. Stoichita, Breve historia de la sombra. Ediciones Siruela, Madrid, 1999, pág. 196. Extracto de carta que Malévich escribió en 1915 describiendo el telón de la obra teatral Victoria sobre el sol.

[2] Junichirô Tanizaki, El elogio de la sombra. Ediciones Siruela, Madrid, 1994, pág. 78.

[3] Ángela Molina. Viaje a ninguna parte. Texto del catálogo de la exposición Vicenç Viaplana. Galería Carles Taché, Barcelona, febrero de 2001.

[4] Rafael Argullol, La atracción del abismo. Ediciones Destino, Barcelona, 1983, pág. 38.

[5] José Luis Brea, Las horas separadas. Texto publicado en Internet. Madrid, 1992.

[6] G.W.F.Hegel, Ciencia de la lógica, Buenos Aires, 1968. Libro 1, 1ª sección, cap. I, nº2.

[7] Rafael Argullol. Op. Cit. Pág. 66.

[8] Carlos León. Texto del catálogo de la exposición El topiario de Perséfone. Junta de Castilla y León, 2003


[9] Víctor I. Stoichita. Op. cit. Pág. 55.

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Texto de presentación del catálogo de la exposición colectiva La Sombra de la Sombra. por Aída Aguado, comisaria del proyecto de edición.
AyN Centro de Arte, Madrid, 2004
  

"entre el pensamiento y el acto, cae la sombra"
T.S. Eliot


    Para Arte y Naturaleza, empresa dedicada a la edición de obra gráfica original y a la inversión en arte, este proyecto de comisariado es una iniciativa piloto. El hecho de estar en contacto directo con los mejores artistas de nuestros días nos crea el compromiso moral de mostrar a todo el público sus últimas ediciones realizadas, sin otro fin que el deseo de compartir el goce de la contemplación, la experimentación y la reflexión.

    Cabe destacar la tremenda libertad de recursos con la que el artista actual aborda las técnicas (y el concepto) de edición de obra gráfica. Son técnicas que, al igual que la atracción por la sombra, existen desde el principio de la representación. Algunas milenarias, como el grabado (en su sentido más elemental de huella). Otras, más modernas, como la fotografía. Pero todas las técnicas artísticas, a la par que el concepto de la sombra, se redefinen y cuestionan incesantemente, al compás de los tiempos. Las técnicas tradicionales, lejos de quedar obsoletas ante tanta fascinación por los nuevos medios, se retoman con más libertad, convicción y coherencia que nunca. La obra gráfica está por fin liberada de las responsabilidades de representacionismo, tomando una nueva dimensión conceptual y estética. De hecho, quiero hacer especial hincapié en el uso de la seriación como fin, proceso, concepto y pretexto para hablar de lo que no se ve -la sombra de la sombra-. Ya lo anunciaba Duchamp o Andy Warhol: La obra reside en el proceso, no sólo en el resultado. La obra seriada replantea la esencia del arte, una esencia que no reside ya en la unidad, en el cuadro como objeto de culto, sino que encuentra precisamente su razón de ser en la libertad de elección sobre su ejecución y a la vez en todo aquello que queda por decir.
 
     Siempre, tras una buena obra, hay una gran parte indefinible, inexplicable. Y es en esta diluida frontera en donde convergen todas las artes, algunas tan dispares aparentemente como la pintura, el cine o la fotografía. Es cierto que una obra seriada, una vez aislada de su creador y de sus semejantes, adquiere una nueva identidad y poder ante el espectador sensible. Pero esta atracción proviene del fondo de la misma, de atrás, de la sombra de una intención. Su identidad reside en el proceso, oculto ya a la luz de los focos de exposición, en donde se encuentra esa pieza sublime que nunca se llega a materializar. Es la magia de lo que sucede entre el sentir y el hacer.

   Desviemos la mirada del fastuoso ser brillante y cautivador que es la presencia de las cosas tangibles hacia el dibujo de sus contornos en las sombras de la pared, hacia el indicio y huella de lo que no está: es el origen de la pintura. Situemos la escena en un teatro. Se apagan los focos. Y ahora, a la sombra de tanto espectáculo, a la sombra quieta del escenario, nos detenemos por un momento a mirar la oscuridad sin forma. La visión rebota con el vacío y, como si de un espejo se tratase, su re-flexión nos devuelve lo que es nuestro: otra clase de sombra, como si fuese una parte de nuestros órganos vitales, que sentimos, que presentimos, pero que no podemos sacar a la luz sin destruirlo.
 
    “¿Ha visto usted alguna vez, lector, el color de las tinieblas a la luz de una llama? Están hechas de una materia diferente a la de las tinieblas de la noche en un camino…” (Junichirô Tanizaki. El Elogio de la Sombra).

    ¿Cómo es lo que no vemos? ¿Cómo explicar lo visto?. Ver bien no es captar sólo la parte iluminada de la imagen; necesitamos las sombras para ver la luz. La iluminación es provisional, como la realidad misma, e incierta. Sin embargo, la sombra, así como la luz, independientemente de cómo, por qué, y cuando, tienen un fundamento imperturbable, eterno. Todas las sombras del mundo son una misma cosa en su esencia.

   Las obras presentadas no son imitaciones de la sombra; son sombra. Emergen y mueren en el abismo que encierran, y nos seducen con destellos fugaces de su inmensidad, encarnadas en materia limitada, iluminada y concreta. Expuesta a todos los ojos que la quieran ver y todas las miradas que la quieran sentir.

   Resulta difícil no recurrir a un lenguaje poético al tratar de explicar lo inexplicable. Y es que a las sombras se las ha relacionado siempre con Señoras palabras: silencio, quietud, vacío, noche, misterio, terror, frío, memoria, sueño, suciedad, cosmos, incertidumbre, soledad, principio, fin, muerte, presencia, ausencia, esencia, indicio, huella, belleza…En cualquier caso, ha sido y es para muchos un tema de reflexión, fuente de inspiración, estímulo para la imaginación y la intuición, punto de llegada y de partida, territorio equidistante entre el ser y la ausencia, metáfora de la metafísica del alma y de la materia… fuente inagotable.

    Los doce artistas que han hecho posible este proyecto de edición de obra gráfica, han dado lugar a un total de veintinueve obras a partir de una propuesta de edición abierta, con la sombra como única palabra de fondo. Son creadores con unas trayectorias brillantes, unas consolidadas en el tiempo, otras que acaban de asentarse, pero todos ellos mantienen en común la misma pasión y necesidad por la creación y, en gran parte, están íntimamente vinculados a la sombra. Sumo a ellos la palabra escrita del poeta, historiador y crítico Vicente Llorca. Son finalmente sus magníficos trabajos los que anulan cualquier comentario más y justifican mi silencio.

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Sobre la obra Fuente de Teteras (2004) de Sylvie Bussières, por Aída Aguado
Revista Arte y nNaturaleza. Enero-febrero 2005. Número 35. Pag. 16

La fontaine des théières  Proyecto in-situ para el Museo Promenade, Reserva geológica de Haute-Provence, en Digne-les-Bains (Francia). Obra en la que el agua, el sonido y el entorno son los componentes estructurales principales. El agua es el material transmisor de sonidos entre dos seres aparentemente distintos, que son el objeto hueco en desuso y la materia fértil de la naturaleza, ambos en constante transformación e interacción, tanto en sus formas como en su funcionalidad. Es precisamente el agua, mediante su reflejo, el elemento que prolonga “hacia dentro” las columnas de teteras, convirtiendo las sombras de estos tótems en seres poéticos, con raíces echadas en otro plano de realidad. Estas metamorfosis de formas objetuales (teteras) con estructuras orgánicas (árboles) y viceversa (agua transformándose en té, o salvia, o sangre, o ecos) son características del discurso artístico de Sylvie Bussières. El propio mecanismo de una fuente, de finalidad comunmente ornamental, es reinventado como metáfora del eterno ciclo renovador de la vida y más explícitamente, del circuito cerrado del flujo sanguíneo. El efecto de una fuente es lo más parecido a los saltos de agua de los ríos; símbolo inmemorial del discurrir de la existencia humana. Las fuentes podrían ser para los ríos como los fuegos artificiales para las estrellas.
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Espai Guinovart  las cosas de un artista, por Aída Aguado
Revista Arte y nNaturaleza. Septiembre-octubre 2003. Número 27. Pag.42-43


http://multimedia.catalunya.com/mds/multimedia/10060/F1Antes de llegar al Espai Guinovart se pasa por la Segarra; amapolas y campos listos para segar tantas veces descifrados en los cuadros de Josep Guinovart. Ya uno entonces comienza a descubrir las coincidencias entre las cosas y las sensaciones.   

    El Espai se encuentra en Agramunt, pueblo de Lérida, a 120 km. de Barcelona. Fue aquí donde Josep pasó sus primeros años de vida junto con su familia. Años intensos para la sensibilidad de un niño. Tragedia y pobreza de aquellos tiempos de guerra mezclados con la belleza de los colores, olores, sabores y sonidos sentidos por primera vez. Entonces la luz debía ser la misma que hoy, la misma luz rasante de una tarde de verano que saca de las entrañas de la tierra, las piedras, el trigo y el cielo los tonos con los que escribe Guinovart. Sólo falta el azul del mar. Pero ese es otro escenario.

    El Espai Guinovart es una fundación privada que ha hecho del antiguo mercado municipal un espacio para el arte, en el que el eje central lo constituye la obra cedida de este emblemático creador, pero dedicando parte de su espacio a exposiciones temporales de otros artistas, conciertos, actividades educativas para niños y otros proyectos. En 1995, este peculiar espacio obtuvo el Premio A.C.C.A. a la mejor iniciativa.
Después de diez años de funcionamiento, el Espai se ha convertido en el símbolo del pueblo. Y el pueblo es para el visitante la pieza mágica desveladora de tantas obras de Guinovart, porque se intuyen en él ciertas anclas de su vida, además de ser el escaparate más inmediato de su actual actividad artística. A sus setenta y seis años, Guinovart sigue comiéndose el limón de un mordisco.

    En estos momentos, desde el 13 de Julio hasta el 28 de septiembre, se presenta El Pentágon: Traició a la Geometría, extensa muestra en la que el artista presenta su última producción y en la que nos da su visión ante la actualidad dramática de Irak.

     Dentro del programa de exposiciones temporales se tiene prevista una colectiva titulada A Guinovart en la que participarán unos cincuenta artistas que ya han expuesto en otras ocasiones en esta Fundación y en la Biblioteca Pública de Lleida. Es una iniciativa organizada por el Ayuntamiento de Agramunt en homenaje al artista y que cuenta con la colaboración de la Fundación Privada Espai Guinovart, Serveis Territorials de Cultura de la Generalitat de Catalunya a Lleida y la Fundación Sorigué. Fue un antiguo mercado. Ahora es un lugar que redefine su función pública, pero esta vez como espejo de sí mismo, como cuenta la instalación in-situ L'era. Según el autor, no se ha pretendido hacer un museo sino una obra viva que pertenezca al pueblo, a su entorno, a sus habitantes, a sus tierras, a sus cuatro estaciones. Las tres instalaciones de Guinovart, realizadas expresamente para este lugar no son la representación de otros trabajos, ni el "revival" de la vida del pueblo en los tiempos que él la vivió, como ya hace el Museo Etnológico Municipal, situado justo en los bajos del edificio de la Fundación, ni es el decorado puesto en escena de un templo. Es, sin más, un lugar clave representándose a si mismo, en el que la luz crea un único espacio que huye del concepto cronológico de museo y que subraya el entorno natural y los ciclos de la vida. La misma luz que envuelve el paisaje de cualquier parte del mundo pero que, a través de los ojos y las manos de Guinovart, se cataliza distinta, única, en este espacio, en sus cuadros. Se percibe un tiempo lento, casi detenido, marcado a paso de caracol, en movimiento cíclico, como la escalera simbólica del conocimiento.

     Tras un paseo por el Espai sale uno de él casi sin darse cuenta a la Plaza de la Iglesia. En el paseo por los soportales, mientras Josep y Fulvio, el litógrafo, charlan con el antiguo alcalde de Agramunt, Josep Huguet (el mismo que potenció la apertura de este espacio hace años), me adentro en la iglesia a echar un vistazo. Por un momento no se si sigo en la Fundación. La luz de tenue que entra por las vidrieras comienza a bordar una retahíla de coincidencias con el espacio donde minutos antes había estado: la forma de las ventanas (símbolos de la perfección), las huellas de aros en algunas piedras del suelo, las cúpulas, el color tierra, las cruces, el agua de las pilas sacramentales, los objetos de culto, la mirada a la muerte, el silencio...Un silencio que se combina de vez en cuando con música clásica o de jazz, porque la Fundación organiza eventualmente este tipo de recitales.

    De regreso al coche, la gente del pueblo que se cruza con Guinovart le saludan y le preguntan por la familia, y es que Josep está tan unido a este lugar como aquella huella a la piedra de la iglesia. Él forma parte de todo esto, como un elemento más de una gran obra que podría ser suya. La luz de Agramunt es luz de centeno. Están en Agramunt las cosas de Guinovart. Están en Guinovart las cosas de Agramunt. Es la perfecta combinación de la obra de un artista y el entorno que la generó.

    De regreso a Castelldefels, donde reside, canta desde el asiento de atrás en un lenguaje inventado que suena a francés. "¿Y qué más da?; la belleza reside en el ritmo"- dice.

    La belleza de una vida, con un ritmo musical donde van apareciendo las cosas.

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Semejanzas e Imágenes, por Aída Aguado

Catálogo de la exposición itinerante "Isidro Parra, imágenes y semejanzas". Girarte21, 2005 
     

     Ayer, cuando pintaba la casa de blanco, me cayó pintura en el pie. Hacía calor y aunque iba descalza, no la sentí caer. Tardé en darme cuenta. Sólo al terminar la jornada de trabajo, ya cansada, reparé en ella y en otras gotas más, claro. La pintura, cuanto más tiempo pasa, más se agarra a la piel, y aunque pueda parecer un detalle evidente, ningún detalle lo es. Por eso no todo el mundo lo sabe.

     La verdad es que no me importó demasiado…Todas esas motitas, ya secas, eran la documentación gráfica, incluso diría que las heroicas insignias del esfuerzo realizado un día de verano extremeño. Y todo para revestir, una vez más, la casa de blanco.

Mitad tradición popular, mitad atracción inexplicable, todo el pueblo encala sus casas cada cierto tiempo. Porque lo que sí parece saber todo el mundo es que la pintura se desprende con el tiempo. Remendamos una y otra vez los rotos de la pintura, de las paredes. Maquillamos con cal las cicatrices que el tiempo deja en su empeño por mudar la piel.

     Creo que lo más reconocible, por bonito, del lugar donde nací y de tantos otros es precisamente el color de las casas heredado de padres a días y la talla XL, de contornos redondeados, que cada esquina ha adquirido con el paso de los años. Por un día cada uno de nosotros se convierte en pintor. El pintor y su pintura blanca parecen mimar, acariciar, cada pared, como si de un lomo de elefante blanco se tratase. Lucha incesante entre el devenir del tiempo y el amor al pasado.

    Y en esta lucha, siempre la belleza. Sentimientos sublimes que rescatamos en el paisaje, en la memoria de aquel paisaje, vivido o soñado, parecido a tu casa, o a la mía. Tu casa, tu pintura: “Romancero clandestino” es el título de uno de sus cuadros, pero también podría ser el título de toda la trayectoria de Isidro Parra por la pintura, porque chiva los chismes del autor con el amor. Pinta como el enamorado de todo, de la luna, de una fiesta, de la noche, del crepúsculo, del sol, del agua, de su tierra manchega. Son trazos, capas y velos de tiempo transcurrido en solitario, heroicos en su inutilidad, los que no abandonaron su camino durante un rato, tal vez dos minutos, tal vez tres años...Son gestos rutinarios de pintor, y sin embargo tan tremendamente bellos que se convierten en imprescindibles con sólo haberlos visto una vez.

     Y siempre la línea blanca dibujada sobre una cama de pintura. Son trazos de tiza que silvetean tejas que dan sombra. Son también música de arados y pentagramas. Son seres que se arrastran entre la geometría y la orogénesis. Casas. Moradas del alma que en su penumbra desvelan infinidad de tonos. Desde el negro de luto recorre grises, azules ultramar, verdes misteriosos (como los describía José Hierro), metales, hasta los blancos de la luna. El blanco encalado de las cuatro de la tarde en La Mancha, Extremadura o Andalucía.

     En la hora de la siesta sólo los pensamientos se libran de la gravedad del sol. Han pasado muchos años y el pintor ha sabido asumir esa pereza de la edad como pretexto para seguir soñando con estados sublimes del alma, como una siesta a la fresca.

 
     Nadie dijo que pintar fuese un acto de felicidad, ni todo lo contrario: un regodeo en el sufrimiento. Lo cierto es que en casos como el de Isidro Parra, es un acto inevitable, fruto de la sinceridad a uno mismo. Supongo que habrá de todo en ese inagotable repertorio de imágenes y semejanzas que es su vida, y que le falten cajas y palabras para archivarlo todo. De hecho, esta obsesión del pintor por no pasar por alto las más mínimas “visiones” es la que enriquece cada vez más las redes de conexiones, o semejanzas, entre unas cosas y otras. Son impulsos frenéticos que viajan al ritmo de la luz, ante los ojos atónitos de su mentor, como el enamorado de algo inconcreto. Son conexiones transformadas en metáforas, o poesía, o pura física cuántica, reminiscencia de rituales de la antropología en los que el hombre buscaba en la magia de las sombras. Y si no llega a ser por la sabia mirada del pintor, cualquiera diría que este caos no tiene más sentido que el hastío. Pero ahí reside su sabiduría; en la calma de la sencillez, en la hora quieta de la siesta en la que fluye todo un hormiguero de vida, vivida y por vivir. Es el mundo en el que se gestan y se fraguan cada una de las líneas que salen de su mano.


    Muchas veces me he preguntado qué pasa con todas aquellas notas cogidas que no llegan ni a ser gotas de agua en un cristal de autobús. Que no llegan ni a condensarse para después evaporarse. Supongo que van al saco de las intenciones, de las energías renovables capaces de hacer brotar por la grieta más inesperada un gesto que desafíe las leyes del letargo de la siesta.


     Hoy Isidro Parra ha abierto su casa, en plena mudanza, como siempre, con más de treinta obras hechas en su interior. La última fue ayer. Obras que albergan casas mitológicas, obras que han permanecido en silencio, a oscuras, escondidas, macerándose con el polvo durante años sin que nadie las echara de menos. Bueno; sólo las extrañaron los que las vieron alguna vez, aunque fuese en forma de gota de temple en un pie.



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